Vincent Lemire: “Un museo impregnado de ocho siglos de historia de la Ciudad Vieja”
Vincent Lemire es un historiador especializado en la historia de Oriente Medio, en particular de Jerusalén. Es autor del cómic Historia de Jerusalén (Les Arènes 2022), ya traducido a 12 idiomas. Le pedimos que se acercara al Terra Sancta Museum Art & History para ayudarnos a comprender los problemas contemporáneos que lo rodean.

El Terra Sancta Museum Art & History cobra vida en el corazón de la Ciudad Vieja de Jerusalén. ¿Cuál es el contexto geopolítico en el que nace?
“El conflicto está actualmente muy presente en Gaza, Cisjordania y en la frontera con el Líbano. Pero Jerusalén sigue siendo un tema central, como nos recuerdan los enfrentamientos que tiene lugar allí con regularidad. Jerusalén es una ciudad paradójica para Israel, que la reclama como su capital exclusiva e indivisible. En 1967, el 25% de la población de Jerusalén era palestina, mientras que hoy esa cifra es del 40%. Si nos centramos en la Ciudad Vieja, que pronto albergará al Terra Sancta Museum Art & History, vemos que casi el 90% de sus habitantes no son judíos israelíes. Por lo tanto, el proyecto del museo se sitúa en un contexto de gran diversidad cultural, religiosa y lingüística”.

Más allá del conflicto territorial, ¿se puede hablar de una guerra de narrativas? ¿Qué papel juega la cultura?
“De hecho, hay dos tipos de narrativa. Del lado israelí se privilegia el discurso de la victoria y la conquista, mientras que del lado palestino prevalece el discurso del victimismo. En cierto modo, esto es lógico, pero nos impide percibir información que no encaja en este marco general, como la resistencia demográfica y cultural palestina en Jerusalén, particularmente en la Ciudad Vieja. El otro gran dato es que la cultura y el patrimonio están jugando un papel cada vez más decisivo en el conflicto: en el Despacho Oval de la Casa Blanca, se debate entre hablar de la Explanada de las Mezquitas o del Monte del Templo.


Desde este punto de vista, las comunidades cristianas tienen la responsabilidad de construir puentes entre estas dos narrativas, sin lecciones morales ni paternalismos. A veces utilizo la imagen de los hermanos: está el hijo mayor, ese es el mundo judío; está el más joven, que es la comunidad musulmana. Y luego, en el medio, la comunidad cristiana, que tiene un papel fundamental que desempeñar.
En este contexto, la Custodia tiene un bien precioso, ya que es una de las instituciones más antiguas establecidas en el corazón del casco antiguo. Esa antigüedad y su profunda integración en la historia urbana de Jerusalén son sus rasgos más distintivos. La historia de Jerusalén se enriquece con la de la Custodia en el corazón de la Ciudad Vieja, y viceversa”.

¿Podemos decir que estamos asistiendo a un movimiento patrimonial dentro de las comunidades cristianas? Sí es así, ¿por qué y cuáles son los desafíos?
La patrimonialización es el proceso por el cual un espacio se transforma en un objeto de herencia natural, cultural, religiosa, política o económica digno de conservación y restauración. «Los santos lugares de Jerusalén son un caso ejemplar para deconstruir una cierta «autoevidencia patrimonial» y comprender que el patrimonio es ante todo el resultado de una inversión social, cultural, política y religiosa, es decir, en última instancia, de un proceso de patrimonialización. El patrimonio de las comunidades cristianas plantea tres desafíos principales. El primero está relacionado con el espacio y la geografía: es importante valorizar el patrimonio para legitimar la posesión de la propiedad. El segundo desafío tiene que ver con el tiempo y la historia: la Custodia debe contar su historia para subrayar su antigüedad y distinguirse de las demás instituciones católicas de la ciudad. El tercer y último desafío, en mi opinión, es ir más allá de esta competencia espacial e histórica para adoptar un enfoque más colaborativo e inclusivo, valorando las diferentes narrativas y tradiciones que coexisten en Jerusalén.
De este modo, el museo de la Custodia se convertirá en un actor clave en la vida cultural de Jerusalén, estoy absolutamente convencido de ello. Para lograrlo, el museo debe abrazar la larga historia de la Custodia y reflejar la diversidad cultural de Jerusalén. Este museo tendrá que hablar tantos idiomas como sea posible, sin ser encerrado en sí mismo o excluyente, como nos recuerda la tradición de Pentecostés”.
