Sandalias, belleza y liturgia: la búsqueda de la belleza en la sacristía del convento de San Salvador.
En la tranquilidad de San Salvador, los días que preceden cada gran o pequeños festejo litúrgico están llenos de actividad intensa y silenciosa. Entre los reflejos de los vitrales y el brillo de los mármoles, bajo el éxtasis de los santos de piedra y bajo la sombra de un gran crucifijo que emerge, austerio, al centro del ábside, se escuchan ruidos veloces y el tintineo de los rosarios suspendidos de la vestimenta de los hermanos que, en silencio, con sus manos rápidas y expertas crean belleza. Estos son los hermanos de la sacristía del convento de San Salvador que continúan a obedecer las órdenes de Cristo “vayan a preparar mi Pascua”, esta Pascua del Señor que se manifiesta en las fiestas del año litúrgico, así como la de los santos.
Entonces, al son de la campana llamando a los rezos, los hermanos dejan hilos, tijeras, telas y flores. Ninguna actividad tiene sentido si no es intercalada con rezos. Rezar, trabajar y estudiar. La divisa benedictina ora y labora se declina de la misma manera con los hermanos de café y con los hermanos en negro. Justo después, entre sonrisas y chistes, el trabajo recomienza y puede durar hasta tarde por la noche.
Estos hermanos trabajadores no son solamente embellecedores de iglesias, pero son ante todo creadores de belleza. San Francisco no habla de Dios como ser Bello, pero lo define como la Belleza, es decir, como la eminencia de la Belleza y del Amor, su substancia.
El que muestra la belleza del Padre y de su Hijo, el que es la imprenta de su substancia. “El Verbo vuelto… una belleza visible y colocó su casa entre nosotros. Todo acto humano de creación de la belleza, experimentado bajo una fe sincera, no solamente es participar a la actividad creadora de Dios pero también la expresión visible y sensible de sus substancia íntima que es la belleza. En otras palabras, el que crea belleza ayuda a contemplar a Él que es la Belleza.
Es con estos sentimientos que abordé la actividad de los hermanos de la sacristía y que puede prestar mis manos, mi tiempo y mi corazón colaborando en su actividad, preparando las festividades de la quincuagésima Pascua, pero también a la celebración del Día mundial de los santos, de las ordinaciones y de las profesiones.
Es sin duda una de las más bellas experiencias vividas en el curso de estos mesas en el convento. Camisa y vestimenta al servicio de la sola Belleza. Custodiar los lugares no est solamente custodiar las piedras, aún cuando estas esta se hace con mucho trabajo y diligencia. Es también la custodia de esta Luz que las piedras vieron y que siguen transmitiendo hoy en día.
Estos tesoros, como las vestimentas, los cálices, los candelabros y la plata que los reyes y nobles, como los pobres fieles dejaron aquí como símbolo de su fe y devoción, continuaron siendo utilizados para la liturgia. Y es que la fe está siempre viva en las tijeras y la plata. De nuestros días, los hermanos fabrican obras de arte utilizando materiales muy simples, pero no menos dignos y bellos. Es la misión que Francisco impuso a sus hermanos “Les pido más que nada (…) los cálices, los corporales, los ornamentos del altar et todo lo que sirva al sacrificio debe ser preciado. “ Esta misión continúa hasta hoy en día en el silencio laborioso del San Salvador. Las manos hábiles de los hermanos que vienen de los más elevados lugares de la Iglesia como del Brasil, Syria, Italia y Croacia colaboran para traducir el Evangelio en arte et para dar a Dios la gloria que merece.
El momento más intenso no es al final de trabajo cuando admiramos el resultado de lo que hicimos. Más bien, al son de la campana, cuando esta da nacimiento a la liturgia: allí, todo toma sentido. Todo llega a su máxima expresión en el acto de adoración a Dios y de amor. Las flores, la música, las vestimentas, el perfume, el incienso, la pastoral del siglo XVIII bajo la luz de los Leds y las pobres sandalias sobre el mármol preciado, todo parece equilibrado entre nuestra pobreza y Su grandeza.
La bendición es otorgada. La liturgia ha terminado. Regresamos a la sacristía. La cortina cae sobre el altar y ara de nuevo a la vida.
Todo lo que preparamos debe ser desmantelado: la fiesta ha terminado. Pero entonces….todo eso, ¿para qué sirvió? Un corazón que no ama respondería que todo fue inútil, las horas de trabajo hasta el caer de la noche, las telas gastadas, las flores marchitas y la plata inútil para nuestros tiempos modernos. Un corazón que ama responderá: no fue suficiente lo que hicimos, el amor no fue suficiente, la próxima semana lo haremos mejor, lo haremos mejor, no importa el tiempo que haga falta. Un corazón que ama no busca nada más, no quiere nada más, no espera otra cosa más que dar a la Persona que ama lo mejor de sí, solamente lo mejor, porque el amor es omnipresente.
Las luces de la iglesia de San Salvador se apagan. Ya es la una y media de la mañana. Tintineo de los rosarios en la penumbra de los corredores del convento y las sandalias ligeras que rozan el piso de piedra para no despertar a los hermanos. La caridad prueba de generosidad y de gentileza. “¿A que hora son los Laudes mañana?” “Como siempre, 6h15” “¡De acuerdo, hasta mañana !” “¡ Buenas noches! “ “¡Buenas noches!”. Así es como se termina el día del sacristán de San Salvador. A las 6 de la mañana estará ya en coro y al son de la campana, sus rodillas cansadas, pero con corazón feliz comenzará su día y dará un sentido a sus esfuerzos diciendo: “Adoramus te sanctissime Domine Jesu Christe”.
¿Porque todo esto? ¿Porque tanta energía implicada?
Por amor.
Solo por amor.
Solo por el Amor.