Los voluntarios Gelmini: desde Italia «Para los pueblos de Tierra Santa»
Todos los años, de mayo a julio y de septiembre a noviembre, los voluntarios de la Asociación Romano Gelmini vienen a pasar unos días a Tierra Santa. Son hombres y mujeres, casi todos jubilados, que deciden poner su tiempo al servicio de la Custodia a través de las más diversas actividades. Jardinería, recogida de aceitunas, pequeñas reformas, carpintería, pintura y limpieza mantienen ocupados a los grupos de 8 a 10 voluntarios, que se alternan cada quince días. Todos aportan sus propias habilidades.
La Asociación Gelmini se fundó en 2008, por iniciativa de Ettore, que entonces trabajaba como ingeniero en la oficina técnica de la Custodia. Ya había formado un primer núcleo de voluntarios unos años antes, compaginando las necesidades de obras de renovación de la Custodia, con el deseo de algunos de sus amigos de viajar a los lugares donde vivió Jesús. La fórmula de una peregrinación de servicio a los frailes parece la solución ideal, combinando oración, descubrimiento y trabajo.
Emilio es uno de los primeros voluntarios en regresar a Jerusalén esta primavera, después de una pausa de dos años debido a la pandemia. Su grupo llegó a la Custodia a finales de mayo, después de una semana en Nazaret, donde participaron en actividades de jardinería en el convento de las Hermanas Clarisas. Lleva viniendo a Tierra Santa desde 2011 y nos cuenta cómo, años después, ve los frutos de un trabajo iniciado hace más de diez años. «Empezamos en un archivo que estaba rebosante de libros y lleno de polvo. Los movíamos de una parte a otra, al principio sin entender siquiera la lógica, luego, volviendo año tras año, captábamos el significado de todo».
Los voluntarios de Gelmini se ponen a la entera disposición de la Custodia: prestan todos los servicios posibles, cuidando de entrar en contacto con las comunidades locales. Conservan las piedras para proteger las piedras vivas que habitan esta tierra: el lema de la asociación es además «Para los pueblos de Tierra Santa», se nos dice mientras cenamos en el primer piso de la pensión Maria Bambina, su sede en Jerusalén.
«La casa de huéspedes también ha cambiado mucho… Al principio, las habitaciones no eran las habitaciones modernas que hoy acogen a los peregrinos, sino las diseñadas para el orfanato de niñas que fue María Bambina. Por lo tanto, los lavabos eran muy pequeños y bajos, del tamaño de un niño. Nos arreglamos», dice sonriendo.
El voluntariado dentro de la asociación Gelmini es una experiencia de la que sus miembros ya no pueden prescindir. Esto les impulsa a volver a Tierra Santa año tras año, durante más de diez años. «Es una experiencia a medio camino entre la peregrinación y el voluntariado», continúa Emilio. De hecho, una peregrinación a veces corre el riesgo de ser demasiado rápida. El tiempo se acaba, hay tantos lugares para visitar. Terminamos corriendo de un lugar a otro, sin poder detenernos y reflexionar sobre la importancia de los lugares santos. Las dos semanas de servicio dejan así espacio para la oración. Los voluntarios de Gelmini siguen la regla «Ora et labora». Comienzan sus días con oración e interrumpen su trabajo para orar.
Silvia, adoptada por Milán, pero nacida en Apulia, no tiene dudas: «Si fuera por mí, me quedaría aquí más tiempo». Pero en casa, sus nietos le preguntan: «Abuela, ¿por qué siempre vas a Jerusalén?»
(Traducido por Jorge Trejo Olivares)