26 Marzo 2020

La medicina en Tierra Santa: símbolo de caridad internacional e interreligiosa

de FABIO BELTOTTO

Jerusalén 1785

En 1785, una epidemia de peste arrasó Tierra Santa. Años después, en 1898, Paolo Gaidano inmortaliza en una pintura las «pietas» de los frailes franciscanos que, independientemente del peligro, prestan su ayuda a los musulmanes.

El intercambio de miradas es extremadamente conmovedor: uno de los dos frailes menores en primer plano sostiene al moribundo, mientras que el otro imparte la bendición absolutoria sosteniendo el crucifijo y al enfermo, en evidente estado de agonía e incapaz de ser transportado, parece anticipar la quietud de las palabras de esperanza que está pronunciando el fraile antes de abandonarse a la muerte.

La obra de Gaidano es una coreografía extremadamente realista de la vida en esos momentos: la caridad y la piedad humana intersectan escenas de desesperación e indiferencia recíproca en el fondo.

Muchos de los frailes que daban socorro se contagiarían y morirían por este gesto altruista, para ser después sepultados junto a aquellos a quienes habían ayudado, en un abrazo de fraternidad entre benefactores y beneficiarios.

Cura de alma y cuerpo

Durante las grandes epidemias de peste del 1347 y del 1370, la actividad de los médicos franciscanos en Tierra Santa fue particularmente eficaz y valiosa en un contexto mayoritariamente musulmán, que consideraba inútil tomar medidas de precaución contra el flagelo.

Los médicos franciscanos, eran muy apreciados por el pueblo y las autoridades islámicas y eran muy solicitados por su competencia. En diversos testimonios, se hace referencia a intervenciones, asistencias médicas y atención brindada no solo a los peregrinos cristianos sino también a los propios musulmanes.

Muchas crónicas de peregrinos hablan de la obra de los frailes en Tierra Santa, dirigida no solo a acompañar a los peregrinos hacia la «cura del alma», sino también del cuerpo.

De hecho, es necesario imaginar que en la antigüedad la peregrinación a Tierra Santa no era fácil. Los peregrinos, después de haberse embarcado en este viaje desde lejos, en condiciones precarias de higiene y salud, arriesgaban su propia vida asumiendo innumerables peligros y, cuando tenían la suerte y la resistencia física de llevarlo a término, a menudo lo hacían en condiciones nefastas, débiles o enfermos.

Solidaridad y precaución

Son muchas las disposiciones y medidas de precaución que nos hacen entender el espíritu solidario, pero también de previsión de los frailes en situaciones de crisis epidémicas. Los franciscanos, no pudiendo disponer de leproserías – que aparecieron en Oriente Medio en el siglo XVIII – instituyeron esa práctica que en la jerga de la Custodia fue llamada como «encierro» y que hoy definiríamos como «cuarentena».

Se trataba de una medida de precaución que consistía en aislarse completamente, encerrándose en el convento tan pronto como llegasen las noticias de la peste en la ciudad, con la más estricta prohibición de salir.

Sin embargo, una vez que se emitía el decreto de encierro, antes de cerrar las puertas del convento, un grupo de frailes permanecía fuera durante todo el tiempo que durase la epidemia para el cuidado y asistencia espiritual de los enfermos.

A menudo, estos frailes «expuestos», caían víctimas del contagio, a pesar de las precauciones que tomaban. Entre estas precauciones se encontraba el «comunichino»: una pinza de plata terminada en una especie de platillo o patena, con la que se daba la comunión a los enfermos, transportada en una caja especial.

Un servicio prestado por el amor de Dios

Esta actividad particular de los franciscanos en Tierra Santa inicialmente planteó cuestiones de naturaleza legal, histórica y profesional. La legislación eclesiástica, de hecho, prohibía y aún prohíbe a los miembros del clero ejercer la medicina. Este antiguo veto se explica por la grave responsabilidad ética que asume el médico cuando está en juego la vida del paciente.

Sin embargo, los documentos a menudo informan sobre algunos frailes que habían realizado estudios en medicina, enfermería y farmacia antes de usar el hábito religioso. La Iglesia permitía en este caso sustituir a los médicos en caso de necesidad y con la condición de que «los servicios fuesen prestados gratuitamente y por el amor de Dios».

Es obvio que estas situaciones de necesidad fueron más numerosas y urgentes en países de misión, donde la escasez de personal especializado, así como la frecuencia y el alcance de las epidemias, no podían dejar indiferentes a los religiosos.

Sabemos que estos servicios, integrados con los de un verdadero laboratorio farmacéutico, continuaron hasta principios del siglo XX cuando, con la llegada de la medicina moderna, comenzaron gradualmente a interrumpirse. Sin embargo, la obra de caridad de los frailes de San Salvador ha representado por siglos un símbolo importante de altruismo y unión en Oriente Medio que, hoy más que nunca, nos demuestra la necesidad de una solidaridad internacional e interreligiosa.

 

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